martes, 13 de septiembre de 2011

El “niño pájaro”


Una mañana mientras un niño travieso se dedicaba a cazar pajaritos con trampas a la orilla de una pequeña laguna, apareció un viejito que se colocó bajo la sombra de un árbol. Vestido de blanco, tenía una barba bien crecida del mismo color y, sentado sobre una silla que él traía, llamó al pequeño bribón para preguntarle por qué hacía eso con los pobres animalitos.

-Es que los vendo después señor.

-¿Y para qué te los compran?

-Bueno, hay un señor italiano que me compra todos los días los pajaritos. Dice que son para hacer la comida que más le gusta a él: polenta con pajaritos.

  El viejito hablaba muy pausadamente y con palabras convincentes, intentaba hacerle ver al chico de que su conducta era impropia. El chico se sintió ofendido e insultó al viejito con palabras muy feas, faltándole el respeto a una persona mayor.

  Cuando el chico se dio cuenta, estaba cantando como los otros pajaritos. El nene travieso había sido convertido en pájaro por el viejito que era Diosito y de esa manera lo condenó para siempre con ese castigo. De pronto aparecieron varios hombres por el lugar, también cazadores, quienes al ver al niño-pájaro, comenzaron a tirarle con sus escopetas.

  El “niño-pájaro” se dio cuenta de que estaba en grave peligro e imitando a los pajaritos, voló para esconderse entre los árboles. Se salvó milagrosamente de la muerte, pero siempre estaba en peligro.

  Un día, al amanecer, pensó seriamente en lo que había sucedido con el viejito barba blanca y lo llamó para pedirle perdón, pero jamás consiguió que el viejito apareciera. Y así, con ese castigo a cuesta, comenzó a aprender de los otros pajaritos la forma en que vivían ellos y los imitaba. Se dio cuenta de lo malo que había sido con ellos, trampeándolos, para luego cambiarlos por dinero. El peligro lo acompañaba siempre, pues todos los animales más grandes, como el Halcón, lo querían comer porque era una buena presa por su tamaño grande.

  Después de comprobar lo malo que había sido, comenzó a implorar diciendo: ¡Viejito, dónde estás’! Se había portado tan mal con él, insultándolo, que su llamado de “viejito, dónde estás” se convirtió en su canto. Desde entonces vaga por los montes sin tener compañía alguna, pues los otros pajaritos sabían que él era el chico perverso que trampeaba a sus compañeritos para cambiarlos por dinero.

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