Una mañana mientras un niño travieso se
dedicaba a cazar pajaritos con trampas a la orilla de una pequeña laguna,
apareció un viejito que se colocó bajo la sombra de un árbol. Vestido de
blanco, tenía una barba bien crecida del mismo color y, sentado sobre una silla
que él traía, llamó al pequeño bribón para preguntarle por qué hacía eso con
los pobres animalitos.
-Es que los vendo después señor.
-¿Y para qué te los compran?
-Bueno, hay un señor italiano que me compra
todos los días los pajaritos. Dice que son para hacer la comida que más le
gusta a él: polenta con pajaritos.
El viejito hablaba muy pausadamente y
con palabras convincentes, intentaba hacerle ver al chico de que su conducta
era impropia. El chico se sintió ofendido e insultó al viejito con palabras muy
feas, faltándole el respeto a una persona mayor.
Cuando el chico se dio cuenta, estaba
cantando como los otros pajaritos. El nene travieso había sido convertido en
pájaro por el viejito que era Diosito y de esa manera lo condenó para siempre
con ese castigo. De pronto aparecieron varios hombres por el lugar, también
cazadores, quienes al ver al niño-pájaro, comenzaron a tirarle con sus
escopetas.
El “niño-pájaro” se dio cuenta de que
estaba en grave peligro e imitando a los pajaritos, voló para esconderse entre
los árboles. Se salvó milagrosamente de la muerte, pero siempre estaba en peligro.
Un día, al amanecer, pensó seriamente
en lo que había sucedido con el viejito barba blanca y lo llamó para pedirle
perdón, pero jamás consiguió que el viejito apareciera. Y así, con ese castigo
a cuesta, comenzó a aprender de los otros pajaritos la forma en que vivían
ellos y los imitaba. Se dio cuenta de lo malo que había sido con ellos,
trampeándolos, para luego cambiarlos por dinero. El peligro lo acompañaba
siempre, pues todos los animales más grandes, como el Halcón, lo querían comer
porque era una buena presa por su tamaño grande.
Después de comprobar lo
malo que había sido, comenzó a implorar diciendo: ¡Viejito,
dónde estás’! Se había portado tan mal con él, insultándolo,
que su llamado de “viejito, dónde estás” se convirtió en su canto. Desde
entonces vaga por los montes sin tener compañía alguna, pues los otros
pajaritos sabían que él era el chico perverso que trampeaba a sus compañeritos
para cambiarlos por dinero.
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