-Hola
Carcaj, hace tiempo que no me visitabas, ¿qué te pasó?, ya sé no me digas nada,
tenías frío, me dijo el viejito cuidador del San Bernardo desde siempre.
-Es cierto Viejito, tenía
frío y en realidad pocas ganas, pero ahora te visito porque tengo que escribir
a mis nietitos para contarle otra de tus bonitas historias. La del Negrito que
hondeó al pajarito les gustó mucho. Como tú nunca duermes, conoces muchas
anécdotas interesantes que ocurren en este cerro tan querido por todos los
salteños.
-A
ver, veamos, lo que dices es verdad. Por acá siempre vienen chicos, jovencitos
y grandes, varones y mujeres. También algunas mamás y abuelitas. Suben en
autos, motocicletas, bicicletas, ómnibus y el teleférico, aunque caminando son
más. Pero todos llegan para ensuciar las laderas del cerro, arrojando botellas,
vasos, papeles, bolsas plásticas, en fin, tiran todo porque no han sido
educados. Yo no les puedo decir nada porque no quiero que me vean, aunque soy
invisible. Otras veces aparecen muchos chicos buenitos, muy educados, que
llevan bolsas grandes donde introducen todos los desperdicios que luego bajan
para depositarlas donde corresponden. Entonces el cerro queda siempre limpio y
los pajaritos cantan con más alegría, vuelan de árbol en árbol, porque el
bosque donde ellos viven permanece limpio. Esos los alegra tanto, que cantan
muy alegres. Son chicos montañistas que son educados para no dejar basura por
donde ellos transitan, pero después vienen otros que ensucian de nuevo.
-Cuéntame viejito, ese Negrito
que hondeó al pajarito que tú curaste, ¿volvió por acá?
-Sí que
volvió, pero lo hizo con su padre a quien le decía “aquí me loa salío el Duende
Chueco, papá, aquí me lo asustao papá”. El padre comenzó a gritar fuerte: “Salí Duende Chueco sombrerudo,
salí, asustameló a mí que lo soy grande, Duende Chueco fulero. No asustes a los
chiquitos, salí”. Eso me contaba
Juancito, un zorrito pícaro y travieso, que estaba escondido detrás de una
piedra grande. Juancito me cuenta todo lo que hacen los chicos traviesos.
Cuando vino el Negrito con el padre, yo estaba descansando en la siesta y no
los quise asustar. Si vuelven, les voy a aparecer de nuevo para escarmentarlos
de una vez por todas. Eso me contaba
Juancito, un zorrito pícaro y travieso, que estaba escondido detrás de una
piedra grande. Juancito me cuenta todo lo que hacen los chicos. Cuando vino el
Negrito con el padre, yo estaba durmiendo la siesta y no los quise asustar. Si
vuelven, les voy a aparecer de nuevo para escarmentarlos de una vez por todas.
-Ojalá vuelvan, así
reciben un susto merecido. ¿Después?, otra historia.
-Una tarde vino por acá un gordito, gordinflón, que a cada rato bebía
agua y se sentaba, retrasando a sus compañeritos que querían llegar a la cumbre
para contemplar desde arriba el panorama de la ciudad. Sus compañeritos le
insistían: “vamos gordi, vamos que
falta poco”. Pero el gordito, cansado, no quería subir más y se quedó
rezongando.
-¿Y sus compañeritos
decidieron bajar todos?
-El gordito sudaba mucho y se quería dormir, pero cuando los chicos se
duermen en los montes, el diablo puede aprovecharse y llevárselos con él a sus
pagos. Después los niños esos no vuelven a aparecer jamás. El diablo se aparece
disfrazado de cualquier cosa para llevarse los chicos dormilones en el bosque.
Y para que no se quedara dormido, yo le tiraba piedritas para asustarlo, así
subía en busca de sus compañeritos.
-Dime Viejito, ¿y cómo
reaccionó el gordito entonces?
-“Dejen de tirarme piedras chicos y salgan de donde están escondidos,
sino no les voy a convidar gaseosas después, ni tampoco galletitas dulces y
chocolate. Volvamos a la casa”, dijo el gordito, que volvió a recostarse sobre
la piedra donde descansaba. Todo cambió cuando el gordito se dio cuenta que las
piedras, más grandes, le llegaban muy cerca; se dio cuenta de que sus compañeritos
no estaban cerca de él ni tirando piedras, se levantó, se persignó y salió
corriendo para arriba gritando fuerte: “chicos, chicos, amiguitos míos, me
asustaron, me asustaron, me tiraron piedras, deben ser fantasmas, no sabía que
en el cerro asustan, espérenme por favor, me asustaron, no me abandonen por
favor”.
-¿Y en que
terminó la historia del gordito comilón?
-El gordito llegó arriba más rápido que volando, sudando, agitado,
asustado, y contando a sus compañeritos que le había tirado piedras, que era el
duende, la mula ánima, el pata i’cabra, el cara i’mula, el lobisón, a todos los
clásicos asustadores de este mundo, metiéndolos a todos ellos en una sola
bolsa. Y dijo aún asustado: “Denme
agua, por favor denme agua si quieren que les siga contando quien era el que me
tiraba las piedras, yo lo vi”.
-Y al final,
Viejito, ¿cómo regresaron todos a la ciudad?
-Cuando los chicos decidieron descender por la vieja ruta, la única que
había, el gordito prefirió ir por otro lado, no bajar por donde le habían
tirado piedras, tenía miedo el pobrecito. Prefirió pedir a un amigo de su padre
que lo llevara en su coche de regreso.
-Qué linda historia les
voy a escribir a mis nietitos. Gracias
Viejito amiguito mío. Seguro que les va a gustar esta historia. Yo siempre les
cuento del “viejito del cerro”, mi
amigo, que me relata tantas historias del San Bernardo. Me invitó a que lo visite
otro día para narrarme otros casos de los chicos que concurren el San Bernardo.
-Chau amigo, besos y cariños para todos los chicos. Yo, él “Viejito
del San Bernardo”, el cuidador
del cerro, los quiere mucho a todos ustedes. Vengan a visitarme que yo los
protegeré a todos siempre.
-Aserrán,
aserrín, a peinarse el pirulín. Hasta la vuelta con otro cuentito del viejito
del San Bernardo mis nietitos y sus amiguitos.